lunes, 10 de mayo de 2010

Artificios y artimañas

Mis imágenes siempre me superan. Son como espejos en los cuales logro verme como quisiera ser. Reencontrarme, entre esos tonos de grises, con alguna esencia perdida. Espejos repetidos de un yo desvanecido que se reinventa.
No sé en qué momento me convertí en un cazador de imágenes. En el retratista de moda reclamado por todos.

Creo que al principio, sólo fue un intento por reconstruir mi historia.

Con la cámara en mano comencé a crear estos retratos que impresionan. A todos les gusta el ángulo desde el cual congelo su presencia.
Mis fotografiados son admirados en toda su majestad y altura. Parecen vistos desde la mirada ingenua, desde la altura creativa de la infancia. En mis fotos se refuerza su grandeza.

Es así cómo me convertí en el fotógrafo más cotizado en los distintos círculos de poder de la ciudad.
Con mis autorretratos transformo hasta mi propia imagen. La fotografía es un arte que me permite reconstruir mi yo. En definitiva desde abajo y con el contrapicado, todo lo veo enorme, a veces, hasta mi propia vida.

Candela Jiménez


Escultor Jorge Peña fotografiado por Alexis Perez-Luna


Entre el carcoma del puerto

Hoy me gusta la vida mucho menos”
 Cesar Vallejo

Somos miserables. Eso siento hoy. Pienso en ello mientras camino por el puerto, al imaginar el submundo que lo puebla, y al sentir estos dolores antiguos que me lastiman. Los humanos somos capaces de hacernos daño sin sentir remordimientos. El egoísmo mueve las acciones de muchos. Moviliza mi propia vida.

El silbato de las embarcaciones aumenta la desolación de esta noche con olor a salitre. Recorro las calles de este puerto maltratado y he de hacer maromas para no tropezar con las montañas de bolsas negras, de distintos tamaños y grosores, repletas de porquerías. Unas aquí, otras allá. Los desechos humanos invaden océanos y ríos, rincones, plazas y avenidas. Los recoge-latas se multiplican y no tienen horarios en su afán de coleccionar aluminio de colores. Los miro, me miran con recelo. Parecieran sentirse culpables de hurgar en los desperdicios de otros, como si violaran con ello, alguna intimidad.

La basura es protagonista en el paisaje actual de pueblos y ciudades.  El territorio se nos desbarata y parece que no logramos detener la catástrofe. De estos infiernos surgen violencias infinitas.

El puerto no escapa de esta desidia general. Es testigo de la reacción del mar, lo ve vomitar plásticos y latas, en los días de la marea alta. Todo llega a las orillas de las playas, ensuciando arenas y entorno. Es otra evidencia de nuestra autodestrucción.










La naturaleza nos responde con fiereza, descarga su ira contra tantas agresiones. Aún quedan las huellas de los destrozos, de las muertes ocurridas en esta población, cuando las inundaciones feroces se llevaron todo a su paso. Tantas vidas se perdieron, y ni siquiera los dolores de la muerte nos hacen reaccionar.

La decepción nos arropa con un manto pesado, como en esta noche sin sentido, en la que acuden a mí nostalgias propias y ajenas. Es deprimente ver este paisaje, que podría ser hermoso, destartalado y empobrecido. Me pregunto cómo puede seguir siendo optimista Gustavo Ignacio. Es incomprensible su alegría cotidiana. La sencillez con la cual expresa sueños y utopías. ¿Qué mundo percibe?

Intento captar esa luz, un indicio, una posibilidad, que me permita recobrar alguna esperanza.

La camisa se me pega al cuerpo sudoroso. La humedad del ambiente casi se logra tocar. El calor y el aburrimiento me sacaron a empujones del cuarto del hotel (un hotelito barato, al fin y al cabo, sólo vine por compromisos de trabajo).

La brisa tenue del puerto no logra mejorar mi ánimo. Las tristezas habitan muy dentro de mis huesos. Sacudido por oscuras imágenes, sigo preso de este pesimismo crónico.

La mirada rebelde busca respuestas en el mar. Allí los grandes barcos duermen como pesado elefantes. Los veo seguros, detenidos, uno al lado del otro. Como promesas de viaje. De idas y retornos. Serenos, como amantes que descansan, luego del feliz encuentro amoroso.

El puerto como un instante. El puerto como una encrucijada, donde los barcos vienen y se van. Llegan cargados de marineros con sus relatos de amoríos.

Hace tanto que no sé de amores. Lejanas ya, en algún horizonte perdido, dejé historias de deseos y dolores de despedidas.

Gustavo Ignacio, es tan diferente, siempre vive movido por sus pasiones. Dedica a Consuelo los boleros que canta mientras hace sus soldaduras y encierra las ventanas con sus rejas. Comenta sus proyectos, sus logros. Es un luchador incansable. Lo miro con envidia al escucharle hablar de su mujer e hijos. Indudablemente tiene la fuerza de un hombre enamorado y ve la vida desde esa plenitud. El sentido del humor es otra de sus virtudes. Se ríe hasta de sus problemas.

Perros y gatos escarban los tesoros de la basura, riegan de desperdicios las aceras y el asfalto. Decoran con latas, papeles y botellas el entorno del puerto mal oliente. Las ratas corretean entre la suciedad, compartiendo territorios con toda clase de insectos.

Mendigos y locos, duermen, ya cansados, sobre sus camas de cartones. Caminaron mucho durante el día, sin lograr ser escuchados. Son voces perdidas entre la multitud indiferente. Tantas sombras arrastrando sus penas.

He de reconocer que en estos rincones también se descubre la vida. En las callejuelas y veredas se escuchan rumores de amores prohibidos. A lo lejos, suenan las rocolas de los bares. De sus puertas se ve salir a los borrachos tambaleantes intentando volver a sus hogares.

En la oscuridad resuena el murmullo del agua golpeando la proa de los buques de carga. Mis pensamientos también vienen y van. Al fondo, el ritmo de ese suave oleaje, intenta decirme de otras emociones menos duras. Es un sonido monótono que me acompaña y procura apagar mis angustias. Ciertamente, todo coexiste. La vida y la muerte. Son siglos de esta pugna eterna.

Veo en el muelle parejas que caminan abrazadas. Quizá soñando con viajes de enamorados. Acompañados por este paisaje, que, al parecer, también puede ser seductor. Barcos, cielo y mar abierto. Para ellos el puerto es un lugar romántico, un ambiente propicio para besos y caricias. Consuelo y Gustavo Ignacio estarían disfrutando el destello de estrellas fugaces y capturando deseos para sus vidas.

En Cambio yo, enfrento en estas horas, vacíos y pesadillas. Mañana he de luchar con los funcionarios de la Aduana para recuperar mi mercancía. Escucharé el chantaje habitual:

_ Caramba, caramba, Señor Roberto Antonio ¿Cómo haremos para resolver el problemita con sus productos?

Visualizo la escena y me enfada aún más el discurso entusiasta de Gustavo Ignacio. Su confianza me hace rabiar.

-Ya verás Roberto Antonio que las cosas van a mejorar.

Mi realidad concreta es que al amanecer tendré que enfrentar, una vez más, corrupciones y vicios. Continuar negociaciones absurdas y aceptar el abuso de poder de gente mediocre que nos controla.

Como si todo eso no fuera suficiente castigo, al volver a la oficina, he de encontrarme con el optimismo insoportable de Gustavo Ignacio. Allí estará, cantando sus boleros, mientras realiza la remodelación de la sala de reuniones. Lo puedo imaginar, con su rostro siempre relajado, contando historias interminables que me aturden. Ojalá, que al regresar a Caracas, haya terminado su trabajo. No quiero tener que escuchar sus chistes gastados y sus sonoras carcajadas. Tampoco sus ingenuos argumentos:

- También suceden cosas buenas amigo.

Regresaré a casa, asqueado de sobornos y abusos, de los personajes siniestros que tengo que soportar. Cansado de ir, una y otra vez, en contra de lo que pienso, con el fin de salvar esta empresa que me interesa poco y cada vez menos.

Volveré a mi cueva, resignado y vencido. Me lanzaré en mi poltrona favorita, beberé mi Cuba libre, tomaré el libro que leo y pretenderé, desde sus páginas, vivir la vida de otros. Escudado, en rutinas sencillas, intentaré protegerme del mundo que aborrezco.

Candela Jiménez

fotos de Alexis perez-Luna