lunes, 18 de octubre de 2010

"No somos ángeles, tampoco demonios. La debilidad nos signa"
Hanni Ossott
CANCIÓN DE LA MUERTE

"CANTA LA CANCIÓN DE LA MUERTE, OH, CÁNTALA!
PORQUE SIN LA CANCIÓN DE LA MUERTE, LA CANCIÓN DE LA VIDA SE VUELVE SIN SENTIDO Y NECIA..."
D.H. LAURENCE
"TAMBIÉN ES BUENO AMAR, PORQUE EL AMOR ES DIFÍCIL"

   R.M. RILKE
POR SALIR DEL CHARCO


Hanni Ossott



En algún lugar del mundo


una mujer se sentaba todas las mañanas


a contemplar un viejo edificio.


Y había ventanas, si


plenas de sombras


hombres, mujeres, monstruos.


Esa casa estaba deshabitada


no había amantes, no.


Sólo aves que a veces cruzaban el horrendo paisaje.






En algún lugar del mundo


había una lámpara rota


que no era de ella.


También un diccionario.






Eso no podía resolver su soledad.






Había tres árboles, cuatro árboles


y ruidos, la calle, los automóviles.






En algún lugar del mundo ella


no pudo hablar con quien podría


ser su amante.


El placer estaba vedado.


Las ambulancias pasaban


El fastidio cundía.






En algún un lugar del mundo


ella se detenía


a ver un enchufe


un sofá


una mesa repleta de libros y de centavos


y al marido: mustio, callado, leyendo...






También había pastillas, muchas pastillas


y un avión que pasaba.


Llevando a gente que sí tenía lugar.






En algún lugar del mundo


ella rezaba


por salir


por salir


del charco.






De: El circo roto

















sábado, 2 de octubre de 2010

Oda al Comino

De: Reyna Varela



Me importas


me transportas


a la alacena de las especias


junto al orégano y el anís.


Cómplice en el sabor de las caraotas


adivino tu esencia en la ensalada.


Como grano de mostaza


creces en mi memoria


humedecida por tu sudor humilde


en mi plato de sopa.




Reyna Varela
(de: Señales de humo, 1983)

Magia del incienso

Fátima Mernissi*




Nos equivocamos cuando decimos que el azar no existe. Porque cuando te ofreces una hora para vagabundear sin fijarte una meta concreta, creas ya un territorio en el que el azar puede manifestarse. Esa tarde de primavera de 2003 me desperté con ganas de vagabundear. A la puesta de sol, me escapé hasta el Mercado de las Flores de la plaza Pietri, donde me regalé tres orquídeas y una rama de jazmín blanco, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que había una exposición al otro lado de la plaza. El nombre del pintor me era desconocido. Lo que era una ventaja, porque, ese día, tenía ganas de desconectar. La galería estaba llena y al principio me entró pánico, porque me horroriza, cuando busco la ensoñación, que me embarquen en saludos y abrazos interminables Moroccan-Style, inevitables en el centro de Rabat. Se produjo un milagro: nadie me saludó. ¡Evidentemente! Todo el mundo estaba absorto con las imágenes expuestas. "Hay magia en el aire", me murmuré justo antes de que mis ojos quedaran hipnotizados por un cuadro que me transportó fuera del tiempo.


Magia del incienso era su título y la escena me era conocida: era el harén familiar de Fez en 1958. Las tres adolescentes con los pies pintados con henna, cuyo sueño celebraba el cuadro, envueltas en una sábana cualquiera, sobre una alfombra, a un palmo del brasero donde expiraba el último trozo de incienso, eran mis primas después de la vigilia de 'Achoura. Efectivamente, eran Chama, Malika y Sakina, mis primas un año mayores que yo, adolescentes precoces que repetían clandestinamente las palabras mágicas del Qbul, ritual de seducción reservado en principio a las mujeres casadas. Estas últimas, es decir, mi madre y las mujeres de mis tíos, se engalanaban como princesas y volaban hacia la azotea antes de que apareciese la luna de la fiesta de 'Achoura, armadas con braseros incandescentes en los que echaban gri-gri disimulado con un poco de incienso, mientras salmodiaban públicamente la fórmula-poema (rubi) que embruja a los maridos para siempre. En cuanto mi madre terminaba de recitar el rubi (poema inventado por las mujeres) en la azotea, fijos sus ojos en la luna y sus manos tejiendo trampas imaginarias alrededor del jawi que ardía en el brasero, unos djinns poderosos se movilizaban para vigilar a mi pobre padre, ajeno a cuanto ocurría.
A causa de los ritos mágicos, nuestro vecino, el cadí Chaui, que impartía un curso en la prestigiosa Universidad de Kairuán, prohibía sencillamente a sus tres mujeres que celebrasen la 'Achoura. Y como sabía, como todos los maridos Fassies , que las esposas no obedecen nunca a su dueño, tomaba la precaución de cerrar él mismo la puerta de la azotea con doble llave unos días antes de la fiesta.


- "Y ¿cómo se puede practicar el sihr [magia] sin una azotea encalada donde una luna subversiva inunde con su luz turbia los sueños de las mujeres?", constataba mi abuela Yasmina escandalizada por la rigidez del cadí.


- "Uno de estos días" -le contestaban a coro Chama, Malika y Sakina, que contaban con la abuela para aprender las fórmulas mágicas-, "el cadí va a prohibir a sus dóciles mujeres que respiren".

Dos viernes antes de 'Achoura, unos vendedores a lomo de burro invadían el barrio y llamaban a las puertas cuando se habían marchado los hombres para vender a las mujeres bkhour, preciosa mezcla de inciensos para quemar, empezando por el jawi y el fasukh. Yo aborrecía el olor de este último, pero como estaba decidida a seducir al planeta, me pegaba al brasero para aprender 'al-Isti'dad, término Sufi que repetía Sidi Soussi, el Fquih favorito de la abuela Yasmina. "Isti'dad", explicaba a las mujeres que lo visitaban, "es la preparación que hay que recibir: tú no recibes nada de la vida si no aclaras primero tu deseo. Luego, debes concentrarte en la búsqueda". El deseo mío estaba clarísimo: el planeta a mis pies. Y voy a armarme de jawi y de fasukh para seducir a los profesores que deben darme los diplomas y al hombre con el que me quiero casar.
Décadas más tarde, cuando vine a Rabat oficialmente para estudiar Derecho en la Universidad Mohammed V, descubrí los secretos del jawi y del fasukh al encontrar una maravilla que fue mi libro de cabecera: La farmacopea marroquí tradicional: medicina árabe antigua y saberes populares, de Jamal Ballakhdar. Fasukh, explicaba el libro, quiere decir literalmente el que deshace los sortilegios, y añadía que "es el nombre dado a la goma-resina que segrega la planta" que tiene por nombre latino Ferula communis o férula, o también falso hinojo. Bellakhdar afirma que Marruecos está mundialmente reconocido como productor de esta sustancia mágica: "Fasukh... es el producto comercial más conocido bajo el nombre de goma amoniaco de Marruecos. Esta antigua sustancia es conocida en todas partes, hasta en la India, y sirve para designar la droga que viene de Marruecos". En cuanto a jawi o benjuí, está lejos de ser made in Morocco, explica Bellakhdar: "Es una abreviación de al-luban al Jawi..., incienso, perfume de Jawa". Y termina recordando que es el nombre que lleva esta resina aromática en todo el mundo musulmán. Leyendo el libro de Jamal Bellakhdar, me di cuenta de que estaba lejos de ser la única fan de estos productos y que sus consumidores se contaban, desde hace siglos, por millones a través del mundo musulmán.
Pero volviendo a la fiesta de 'Achoura que traían a mi memoria los cuadros de la exposición, y sobre todo los que invocaban el trance y las danzas espontáneas, el cadí Chaoui, que era un fino psicólogo, no dejaba de recordar a todas las mujeres de la calle de Salaj, en cuanto aparecía el primer vendedor de incienso, que la definición de la palabra sihr dada en el siglo XIII por Ibn Manzhur, el autor del diccionario Lissan al arab (La lengua de los árabes), está muy clara en cuanto a su naturaleza criminal: "El sihr transforma el odio en amor... y, en ese sentido, es una traición...". El sihr es una actividad peligrosa, según Ibn Manzhur, "porque pervierte la naturaleza propia de las cosas... Transforma la mentira en su realidad. Os hace imaginar cosas que no existen".

Inútil decirles que yo bebía las palabras del cadí Chaoui y aprendía de memoría a Ibn Manzhur porque sólo soñaba con una cosa: dominar los sortilegios durante la luna llena de 'Achoura. Semanas antes de que llegara, yo trepaba detrás de Chama, Malika y Sakina por las escaleras de azulejos verdes de la gran casa familiar, para evitar que se me escapasen echando el cerrojo de la puerta de la azotea. Porque yo sabía que habían escamoteado algo de jawi y de fasukh, cuando Yasmina declaró que le habían robado su reserva. ¡Ser la sehara de la calle Salaj era mi sueño! Y ¿por qué no?, me decía, con la ayuda de los estudios puedo concursar para el puesto de la sehara más poderosa del reino.


¡Qué magnífica profesión, me repetía secretamente, una vez en la Facultad de Mohammed V en Rabat, observando atentamente los ciclos de la luna: transformar a todos los que me detestan, o, peor aún, a los indiferentes para los que ni siquiera existo, en enamorados perdidos, quemando un poco de jawi y de fasukh en una azotea inundada de luna! La idea de seducir al mundo y a los seres, teniendo a la luna por cómplice, no me abandonó nunca; de ahí el delicioso viaje en el tiempo hacia el harén de mi infancia, provocado por los cuadros de la exposición de Rachid Sebti.
En el siglo X, el historiador Mas'udi, que había prometido al principio de su libro Muruj ad-Dahab hablarnos de cuanto había visto con sus propios ojos a lo largo de sus viajes, estaba maravillado, después de su visita a China, por la importancia dada a los artistas. "Los habitantes de ese imperio son, de entre las criaturas de Dios, los más hábiles con sus manos en la pintura y en las demás artes. Ninguna otra nación podría superarlos cualquiera que fuese la tarea. Cuando un chino ha hecho con sus manos un trabajo que él cree inimitable, lo lleva al palacio del rey con la esperanza de recibir una recompensa por su obra maestra. El rey ordena de inmediato que esa obra quede expuesta en palacio durante un año, y si durante ese tiempo nadie le encuentra ningún defecto, el rey concede al autor una recompensa y lo admite entre sus artistas. Pero si descubren un defecto en la obra, el autor queda despedido sin gratificación".
Según el consejo de Mas'udi, propongo lo siguiente: si nadie se queja de las pinturas de Rachid Sebti, que se envíe una delegación diplomática al Reino de Bélgica, porque allí vive el artista, para intentar seducir al rey con un poco de jawi y de fasukh si fuese necesario, y que acepte restituirnos a nuestro artista, aunque sólo fuese a tiempo parcial durante el verano, para que ayude a las señoras de cierta edad, como yo, que viven en el Reino de Marruecos a reencontrar su adolescencia.


*Fátima Mernissi: Es escritora marroquí.

viernes, 1 de octubre de 2010

Soledad
Meira Delmar. Colombiana (Del libro Alba de olvido)

Nada igual a esta dicha
de sentirme tan sola
en mitad de la tarde
y en mitad del trigal;
bajo el cielo de estío,
y en los brazos del viento,
soy una espiga más.
Nada tengo en el alma.
Ni una pena pequeña,
ni un recuerdo lejano
que me hiciera soñar...
Sólo tengo esta dicha
de estar sola en la tarde
¡con la tarde no más!
Un silencio muy largo
va cayendo en el trigo,
porque ya el sol se aleja
y ya el viento se va;
¡quién me diera por siempre
esta dicha indecible
de ser, sola y serena,
Un milagro de paz!
Mirando el mar


                                                                                                                    No es locura, es ensueño.


Me entrego a esta sensación que me procura el mar. A este balanceo que toma mi cuerpo. Me gusta este dejarse estar, esta serenidad que se apropia de cada uno de mis sentidos, que acalla mis pensamientos, detona mis fantasías, me separa de lo que ocurre en la orilla, en el muelle, silencia a los otros y a mí misma.


En trance, hipnotizada con los sonidos naturales, me desconecto de preocupaciones mundanas y mi laboratorio químico me obsequia toda clase de sustancias para el goce. Las percibo, las festejo, mientras me muevo suavemente, ondulante, arropada por estas sensaciones de humedad salada. Mi piel se regodea con las texturas de algas, con el roce de la arena bajo las plantas de los pies, con tu cercanía. Embriagada, de tanta inmensidad, me dejo inundar de este aturdimiento. Trenzada, anudada a ti, a tantas historias viejas, enumero caricias y emociones.


Estos azules me invaden, me conmueven con su resplandor, con sus olores penetrantes. Arriba, abajo, adentro, todo celeste, turquesa con sus degradaciones sorprendentes que se pierden en el horizonte. Los colores y las aguas me poseen con su ritmo eterno, con su oleaje cautivador. Siento tu presencia apretada a mi cuerpo, mientras el baile de las olas, me salpica, alborotando con gotas y brisa, hasta la última de mis papilas gustativas. Saboreo despacio cada partícula de sal, mi lengua se llena de sus granos diminutos. Intento impedir que te los lleves contigo.


Mis ojos se cierran con la quietud de quien no quiere dejar escapar ni el más mínimo de los placeres. Percibo tus fuertes brazos sosteniéndome, impiden que el océano me robe para siempre. Tu aliento fresco, lleno de palabras amorosas, ardientes, se une al concierto de sonidos que pueblan todo este paisaje infinito. Hablas con esa voz que me sedujo desde el primer día, sé que lo sabes, las gaviotas no impiden que la escuche. La atrapo en medio de esta sinfonía que nos envuelve. Siento tu olor provocando lujurias y embrujos. El aroma de deseos encendidos es la música de esta danza sensual. Con la mirada intentas retenerme. En este nosotros sólo cuentan los regresos.


Anclada, en esta pasión, lanzo las redes que invocan estos rituales. Que te devuelven a mí. Que me pierden en este fuego de encuentros y locuras. Este sentirte en las profundidades de mi ser sediento. Este tocarte, más allá de lo corpóreo, de lo real, de lo visible. Recorro, con el ardor de los amantes, este universo en el que me perteneces por completo. En el que te fugas con mis ansias y permites que las tuyas se expresen.


La sonrisa se posesiona de mi rostro en este atardecer lleno de anhelos. El azul brillante, de este cielo que nos protege, llena de luz y sombras la playa. Miro desde esta distancia sus costas y un fragmento de mi vida. Relajada, absorta, sigo flotando con el vaivén de los movimientos tenues. Vuelves, se diría que siempre vuelves. En ocasiones, tengo la certeza, de que te has quedado definitivamente atrapado en mis días. A la memoria le han salido brazos y boca, palabras y sensaciones que arrullan las horas en las que te espero. Rememoro en silencio tu presencia lejana, esa que sólo regresa, cuando te cuelas cada noche en mis sueños.


Candela Jiménez
"Querida niña de la mirada a lo Marilyn Monroe -como dijera alguien- la còlera del mundo ofende tu cordura. Tu pequeño talismán para la angustia quedo olvidado sobre el altar donde arden las velas siempre dispuestas para el ardor furtivo.


Extiendes tu mano buscando el hilo mágico por donde envías cada noche tu desesperado mensaje hacia el ahora

El miedo no te pide licencia. Sobre la mesa de noche te espera el vaso de agua y la acidez de la pastilla que te arrulla

Querida niña de la mirada a lo Marilyn Monroe. Olvida el moscardón invisible que te azora el cisma del dolor sobre la carne el extravío del rol acostumbrado

Aprende a construir de nuevo tu linaje"

Gladys Ramos

viernes, 24 de septiembre de 2010

"Sólo son bellas las cosas que dicta la locura y la razón escribe"
André Gide
Voces de las amigas poetas

En silencio
el corazón se renueva
la vida se aquieta
las violetas crecen

surge lo eterno

la piel ora, ora
para el retorno

Luisa Varela

...En este intento  de saberme
busco en la casa

lo que creo ser está aquí

los abuelos lejanos llaman desde la tierra
Por eso tal vez en todas partes
los tapetes
las alfombras

quizás para volar
o enredarme en ellas y tocar lo firme

en mis ventanas hay mucha luz
algunas plantas
dos pájaros que vienen cada mañana
con mucha prisa
y uno de colores que canta en la pared
pocos amigos
casi sola
con el silencio
y lo blanco

Miriam Kasen


Barrer

Continúa barriendo
cuando me voy.

En la cocina
un arroz calladito.

Tiene en los ojos
color de chimó.

Guacharacas en la voz

Escoba en mano
recuerda a su marido
habla de los hijos
y su insomnio.

Formula una pregunta
Se aleja...

Yo también iré
dentro de un rato
hacia la noche.

Reina Varela

miércoles, 22 de septiembre de 2010

"No hay página en blanco

sólo escritura y miedo

resonancias"


Lyda Franco Farías
(1943-2004)
"Soy la mujer que piensa
algún día
mis ojos
encenderán luciérnagas"

Gioconda Belli
Escritora nicaraguense
¿Quién era Carlos Martel?


A la enamorada silenciosa



Aquella tarde fue imposible reconocer esa voz que se despedía amorosamente de la persona que parecía haber olvidado. Fue un susurro, una dulzura inconcebible que brotaba de su boca. Yo la veía como a una desconocida. Me senté a su lado e intenté comprender y escuchar aquellas confidencias que en la penumbra del puerto caían como gotas de una llovizna antigua. El sonido del oleaje se confundía con las palabras y las emociones de esa extraña mujer, adolorida de pronto, por perder el amor que ya se le había escapado treinta años atrás. En realidad no hablaba conmigo, ni con nadie en particular que estuviese presente, sólo hablaba, como hacemos a menudo, con el que ya había partido.

La escuché en su largo monólogo, en el que con sorpresa de sí misma, se atrevía a confesarse y en el que abría su ser ante el ya ausente

- Ahora que lo pienso con calma reconozco tu presencia constante, aún en mis más graves soledades, en esas que están llenas de vacío. Tal vez por eso, en el fondo, no me sorprendió tanto tu regreso, cómo puede volver quien no se ha ido. Caminas hacía mí, con esos pasos inconfundibles, mientras los otros te despiden con los rituales ancestrales con los que decimos adiós a quienes parten para siempre.

Su voz entonaba un rosario de palabras guardadas que de pronto se desgranaban, una tras otras, sin el dique que, en otros tiempos, les había impedido salir. Eran como una ofrenda, un homenaje, más que al hombre, al sentimiento que alguna vez les había unido y que era desconocido para todos.

Ella decía mientras rearmaba los pedazos de rompecabezas extraviados:

- Han sido siglos con este amor a cuestas, un amor relamido, saboreado, degustado con infinitas ternuras y placeres. Un afecto construido con fragmentos de encuentros y de muchos sueños. Con tiempo para descubrirnos, en nuestras más temidas profundidades, de reconocernos en esa fragilidad que somos. Hemos sido cómplices de las desventuras vividas, en los días, en que alejados el uno del otro, fracasos y equivocaciones nos han derrumbado. En estas horas nos perdonamos errores y, tal vez, hasta sabríamos reírnos de las locuras cometidas. Imposible desdibujar imágenes y ensueños.


- Hace mucho dejamos de ser los enamorados, que algún día intentamos, cuando nuestros jóvenes y apresurados cuerpos indagaban, con avidez, los primeros signos del código de las pasiones universales. De aquellos años quedaron grabadas huellas que aún percibo claramente en olores, sabores, texturas, anécdotas que te hacen único en mi alma, debo decir, también quizás, en mi cuerpo.

-Tu presencia reaparece y puedo notar de qué manera sigues vivo con la audacia de tus veinte años. Sin embargo, lo mueves todo cuando vienes a mí, sacudes mis tranquilidades ¿Cómo permitir que irrumpas en mi mundo sin desbaratarlo? Ya todos los abrazos han sido entregados, como tesoros bien cuidados, los guardo al lado de los besos y las caricias, de las palabras y las miradas, bien planchaditos y almidonados en un lugar en el que no entran las polillas, donde nadie vendrá a curiosear y menos a desordenar este inventario de susurros y apegos. Por eso, con frecuencia, cierro las puertas con aldabas y candados al escuchar tus pasos, por eso huyo aterrorizada de tu cercanía, por eso desoigo tus llamadas y me escondo detrás de mi armadura impenetrable.

La tristeza lo invade todo y la voz de la mujer prosigue su letanía, mientras su mirada se pierde en el infinito de la noche que acudió despacio sin que la escucháramos venir. Confesándose, ante quien no logro ver, la oigo decir:

- La vida la hacemos con esos retazos de existencia que protegemos, ese mundo lleno de historias, sonrisas, sonidos, olores que han tejido emociones y pensamientos. Con la sabiduría acumulada en mis ochenta años de vivir como quiero, con la rebeldía tatuada en los surcos de mi piel, te propongo que sigamos encontrándonos en las noches de fuego, en las que, con la lentitud sabia de los amantes clandestinos, en el silencio de voces y en penumbra, enhebramos placeres infinitos. Descalza, sin atuendo y sin corazas, siempre vuelvo para amar tus veinte años y la plenitud de los volcanes, con la que vencemos al tiempo y la cordura. Me sorprendes ahora con tu muerte y se tambalea, una vez más, mi existencia. Sólo al ver partir tu cuerpo me atrevo a llorar tu ausencia de todos estos años. Digo – “Adiós amor mío” y en realidad digo: gracias por volver! te he extrañado! Evoco, ya sin temor, al Carlos Martel de mi juventud, al que siempre seguí amando aún en su total desaparición.

Ella se descubría ante mis ojos con esas frases amorosas nunca dichas. Mostraba un amor siempre oculto y lloraba a quien no conocimos. Preferí dejarla sola con sus fantasmas, caminé en silencio, ella ni siquiera notó mi ausencia, realmente creo que tampoco había percibido mi presencia. Seguí el hilo de mis inquietudes y dudas mientras en la distancia ella se iba haciendo cada vez más pequeña. Arropada en la noche fría con un centenar de interrogantes pensé: -Tal vez logre descubrir algún día quién fue su Carlos Martel de estas historias secretas.
Marisela Fuentes
Julio 2010
Hijas de Diosas. Reflexiones de un breve viaje a Egipto

Las vi bajar la mirada en las calles que transité. A otra, obedecer, con sumisión y temor, a un hombre extraño que cerca de ella pasaba. Pude verlas hacerse invisibles a todos, palpé miedos y resignación. Pero también percibí corajes ancestrales y rebeldías ocultas.

Un rumor se escucha entre las sombras “no me silencies con tus silencios de piedra, no insistas en apagar mis alegrías y pensamientos con tus descalificaciones e irrespetos. No pretendas que me anule, que deje de existir, en mi existencia propia, para solo ser una sombra que satisfaga tus demandas y caprichos”

La belleza del Nilo y sus diversos paisajes, el poder de las pirámides, los jeroglíficos y el arte de otros tiempos no me cegó, ni me impidió ver la mujer que pervive en su silencio y hastío. Impotente, como la mujer de tantas regiones del mundo, como las de mi mundo.

En la cara de los hombres, hasta en las de los más pobres, se veía la altivez de los que tienen el control, de quienes son dueños de otros. Son aún los que deciden el destino y la cotidianidad de las mujeres.

El Egipto de Isis y de Cleopatra. El territorio de diosas de diosas y reinas de reinas. El Egipto como cuna de la cultura, no se me mostraba en ese breve recorrido. La historia de glorias solo se erguía en murallas y templos, pirámides y catacumbas. Eran solo restos de parte de una historia, la historia de faraones, y, esas heroicidades y logros de aquellos que poseían el dominio, no dejaban ni destellos de lo que habían sido, en los transeúntes que, indiferentes y olvidados, proseguían sus vidas ordinarias. Ni siquiera el guía las contó con alguna pasión o entusiasmo, solo recitaba con cansancio y aburrimiento lo aprendido para trabajar con los extranjeros.

Yo andaba, en esos días, las rutas de quienes siempre han estado lejos del poder. Me topaba, en plazas y mercados, con el reflejo de rostros, que tras sus vestidos y velos, ocultas y misteriosas, temerosas y curiosas de mí, como yo de ellas, me sonreían, con dulzura, con sus ojos asombrados, llenos de preguntas.

Como ante espejos, nos miramos y nos reconocimos la una en la otra. Llenas de interrogantes, Similares, refugiadas, sin tierras ni fortunas y con la brújula tantas veces extraviada. Somos mujeres, en cada rincón, buscando la salida de ese laberinto infinito de creencias e imposiciones, que nos hace sentir tan solas!

La barrera del idioma y la cultura nos impidió hablarnos con palabras en aquellos callejones de mercados, llenos de empujones, de gente, de polvo, de manos, de frutas, olores y animales. Sólo nos comunicamos con las miradas y aquellas sonrisas furtivas, siempre violentadas por los hombres egipcios y sus regaños, que espantaban encuentros, en lugar de espantar aquellas moscas que, a todos perseguían, en medio de los cajones de sobrantes, de polvo y de basura de los mercaderes.

Hombres con sus gritos, ocupados siempre en vender algo, en tocar a la mujer occidental, a quien juzgan “ligera” y de apabullar a la egipcia , quien obedece con sus “virtudes” y “sumisión”

Busqué las palabras de las mujeres, de ese país de leyendas, en la literatura de las escritoras egipcias. Allí escuché hablar a sus personajes diversos y encontré quejas parecidas a las de estos territorios más cercanos.

Sus voces y sus reclamos son los mismos que los de occidente. Las mujeres, de todos los continentes, somos víctimas de los mismos males, y las más pobres, por partida doble y triple.

“No estaba destinada a ver cumplir mis esperanzas. Pese a mis esfuerzos y a los sacrificios que había hecho, como una soñadora embaucada por una causa, seguía siendo una pobre empleada insignificante. Mi virtud, como la virtud de todas las personas pobres, jamás se consideraría una cualidad ni un mérito, sino más bien una prueba de estupidez o pobreza de espíritu, más menospreciada aún que la depravación o el vicio”. P98. Mujer en punto cero.

Firdaus, el personaje femenino, de Nawal al sadawi, en su novela titulada Mujer en punto cero, me dejó desolada con la narración de su vida. Los episodios crueles que surcaron su existencia, detonaban en mi, pensamientos terribles y dolorosos. Frustración e impotencia. Una mujer real, conocida en la cárcel de mujeres, inspiro a la autora este personaje, que nos ubica en la miseria de tantos seres.

Ese era el panorama que encontraba, en los pueblos y ciudades visitados en aquel viaje; la pobreza abrazada por el polvo, marcando los rostros de la gente y su vida; tal vez por eso regresé tan desencantada y triste de Egipto, me traje el dolor de todas esas personas en mi piel.

El hermoso paisaje del Nilo solo acrecentaba mi nostalgia y desengaño. Imaginaba a Sherezada, y a tantas otras, contando historias para salvarse. Porque ella, como nosotras, procuramos contarnos ilusiones para sobrevivir.

Con la escritura y la palabra las mujeres hemos logrado visibilizar nuestro mundo, pensarnos, mostrarnos, redimirnos y reconstruirnos. Tal vez por eso nuestro poeta dijo “me gustas cuando callas porque pareces ausente”, me pregunto si nos quieren ausentes, sin alma, sin presencia en el mundo, como seres inertes e inanimados que sirvan bien a sus requerimientos.

Pensaba y buscaba, mientras recorría aquellos mercados y callejuelas, un acercamiento que me permitiera conocer a la mujer árabe. La curiosidad por atrapar algo de una cultura ajena e ignota me movía. Era un sentimiento reciproco, lo leía en sus miradas. Deseaba encontrar la altivez de Cleopatra y su coraje en todas ellas, o la encarnación de Isis y sus valentías de diosa maga, diosa madre, diosa de las diosas? Qué buscaba realmente en ese viaje por la historia? (Nadie llega buscando los descendientes de los miles de esclavos que murieron construyendo pirámides y templos)

Acaso intentaba recuperar a las sabias y hechiceras que ocultaron en las líneas de los libros y tratados. Silenciadas, innombradas y que, extraviaron sus hazañas, porque no lograron que llegaran a sus herederas? O ver a las jóvenes rebeldes, imposibles de ver quizá, por estar escondidas en apariencias de aceptación?

Seguro que las aulas de las universidades estaría repletas de ellas, entre las docentes y discípulas, en los espacios de esas minorías inconformes, que transforman los mundos y a los que no llevan a pasear a los turistas.

En la biblioteca de Alejandría, allí si nos llevaron, las pude ver a lo lejos. Mujeres ilustradas, Sabias, ocultas en un negro cerrado. Cubierto su rostro y sus manos de negro, mirando por aquellas rejillas, que lastiman pronto, a sus ojos lectores.

Allí estaban sentadas, trabajando en muchas mesas, concentradas sobre libros y papeles. Escribiendo, leyendo, estudiando, investigando. Ataviadas con sus burkas negras, encerradas con capas de telas. Sentí un respiro al ver que podían tomar esos espacios de creación.

Qué piensan? quiénes son? Cómo logran sobrevivir, sepultadas tras tanto trapo negro, esos seres inteligentes que tal vez han de fingir ante sus guardianes de celdas?

Ocultas de si, de ellos, para, algún día, volar, escapar. Alguna vez en libertad, zafarse de esas creencias que las encierran y castran. Pero, como sabemos bien, no son solo ellas los seres atrapados por la red de los prejuicios y creencias. Con absoluta claridad lo señala Nawal al sadawi cuando nos habla del velo de la mente como la mutilación más violenta que condiciona a cada ser.

Por eso no pude ver las bellezas que cuentan de Egipto, las que encontré en los Museos de otros países y me maravillaron, las que estudie en mis clases de arte y me apasionaron. El destello de la pobreza me impidió disfrutar de lo aparente, de lo que brilla para los turistas que navegan con fiestas sobre las aguas del Nilo.

La poca evidencia, de aquella civilización admirada por todos, que allí dejaron los ladrones de arte, quedaba empequeñecida ante mis ojos rebeldes y ante las duras realidades que, como sombras, vagaban a nuestro rededor.

Firdaus continuaba sus reflexiones y su voz adolorida llegaba hasta mí, mientas absorta, en alguna noche, veía el Nilo y sus reflejos

“Era media noche y el silencio reinaba en las calles. Una suave brisa soplaba invitadora desde el Nilo. Estuve paseando junto al rio, disfrutando de la tranquilidad de la noche. Ya no sentía ningún dolor. Todo parecía impregnado de paz a mí alrededor. La dulce brisa que me acariciaba la cara, las calles vacías y las hileras de ventanas y puertas cerradas, el sentimiento de ser rechazada por los demás y la conciencia de poder rechazarlos a mi vez, el distanciamiento de todo, hasta de la tierra y del cielo y de los árboles. Me sentía como si caminase a través de un mundo encantado al cual no pertenecía. Como una mujer libre de hacer lo que quisiera y libre de no hacerlo. Una mujer capaz de experimentar el raro placer de no estar vinculada a nadie, de haber roto con todo, de haber cortado todos los lazos con el mundo circundante, de ser plenamente independiente y de vivir a fondo su independencia, de gozar de la libertad de no estar atada a un hombre, al matrimonio ni al amor; el placer de estar al margen de todas las limitaciones basadas en normas y en leyes, asociadas a una época o al universo” p99

Cómo jugar a ser Cleopatra en un crucero del Corte Inglés por el Nilo, cuando veo en sus orillas a todas las esclavas abatidas? Cuando la esclava que llevo por dentro, cargada de una herencia cultural de siglos de sumisión, pelea consigo misma para liberarse de tantas limitaciones y barreras.

Ahora escucho la voz de Nawal al sadawi y de muchas otras escritoras árabes y comprendo mi rabia de aquellos días y el vacío que me dejaron las calles y los monumentos. Comprendo las lágrimas de Isis y de todas las diosas y mujeres árabes.

Advierto mi confusión e impotencia durante ese correr de un sitio a otro, en medio de esfinges y palacios, murallas y pinturas, bazares y recuerdos de viaje, sin lograr comunicarme ni comprender. Paralizada y triste ante los misterios de un mundo lleno de contradicciones. El reflejo evidente de todos los países con sus mismos males.

Egipto no me permitió conocerlo y en la brevedad del encuentro hallé un relato distinto al ofrecido.

Es imposible, en un primer acercamiento, conocer una cultura y a sus pobladores, sus tradiciones y luchas. No lo pretendía. Intento, nada más, responderme el por qué no llegué cantando las maravillas que dicen todos al volver de esta efímera aventura de falúas y leyendas.

Hurgaré más profundamente su realidad, en la literatura y en el arte, donde tal vez los susurros de sus creadoras me narren los verdaderos cuentos de su gente y sus usanzas y sobre todo de las batallas libradas y por librar.

Con las mismas esperanzas, que abrigaron en el alma de Firdaus una tarde de optimismo, hemos de soñar que todas hablemos así para siempre:

“A partir de aquel día, dejé de bajar la cabeza y de desviar la mirada. Empecé a caminar por la calle con la frente bien alta y los ojos mirando al frente…

(…)

Mis pisadas golpeaban con fuerza el oscuro asfalto de la calle, con un nuevo entusiasmo, parecido al entusiasmo de un niño que acaba de desmontar un juguete y ha descubierto el secreto de su funcionamiento” p78

Así nos sentiremos, porque lograremos descubrirnos, ver nuestra fuerza y valor mientras construimos ese sueño de humanidad que nos salve a todos.

Quería contar mis sensaciones del viaje a Egipto, y en realidad, junto con esa corta aventura y las reflexiones que me produjo, he contado otros andares de mi pensamiento.

Marisela Fuentes Vera

jueves, 5 de agosto de 2010

Historias de abuelas

Muñecas de trapo, retazos de viejas melodías
 ( A las magas creadoras de muñecas)

Aquella mujer de ojos grises soñadores resolvió, una tarde cualquiera de un año que no recuerda, que dedicaría sus horas a crear muñecas de trapo. Sentada en su mecedora, en el corredor de la casona grande de su pueblo pequeño, imaginaba los personajes femeninos, hechos de telas, que deseaba construir. Diseñaba vestidos, lazos, sombreros, cabellos y ojos de diversos tipos. Todos bordados con sedalinas de atractivos tonos. Las voces infinitas de las mujeres de la historia acudían para acompañar sus horas de creación.

En el patio de su casa, rodeada de los olores de sus frutales, de helechos y cayenas de todos los colores, decidió, que en ese primer año, haría cien muñecas. Era un reto que le provocó asumir, sin saber, en un primer momento, qué impulsaba ese deseo repentino.

Con la muñeca en brazos, que le regaló su amiga Lucrecia, recordaba, con nostalgia, las muñecas que había hecho durante los primeros tiempos en que llegó a este poblado de montaña. También recordaba las muñecas de su niñez, las de los cuentos y las que, hacían para ella, su mamá y la abuela, las de la muñequera Rita, las de Zobeida, las del libro de Aquiles Nazoa que tanto disfrutaba, en la Biblioteca Pública, con sus amigas de clase.

Yolanda era una tejedora que amaba los hilos, las agujas, las telas y los algodones. Hija de costurera, sus manos estaban acostumbradas a crear, también, a deleitarse con las texturas de las fibras y tejidos. Desde chica, las abuelas del pueblo, le enseñaron los secretos de sus tradiciones, de las yerbas, de sus historias de vida, así como la importancia de protegerlos y atesorarlos. Se sabía tan afortunada, heredera de conocimientos ancestrales, y los quería legar, con la misma alegría con los cuales los había recibido. Tal vez esto la movía en ese deseo de llenar de muñecas de trapo cada rincón, cada casa, cada familia. El plástico, los juguetes mecánicos, los videojuegos, comenzaban a espantar los juegos tradicionales; nuestros cuentos y canciones se perdían. Así fue como su casa se comenzó a llenar de nietas, nietos y muñecas, papagayos, perinolas y el sonido de nanas, rondas, y risas. Cada semana se juntaban en una algarabía que alborotaba el pueblo y bautizaban las nuevas muñecas. La fiesta de polvorosas, turrones, conservas y suspiros era la ocasión para dar nombres a las creaciones confeccionadas por Yolanda, sus hijas, nueras y amigas.

Las abuelas y los abuelos eran invitados seguros en esas celebraciones. Participaban con sus ideas, regalando su sabiduría con el mismo entusiasmo con el que el batallón de chicuelos jugaba en aquellos días en el gran patio. Volvieron los caballitos de san Juan, los gurrufios, los títeres, llegaban de las manos de niñas y niños ocupados en imaginar y transformar su fantasía en juegos. El palito mantequillero, trabalenguas y adivinanzas llenaban de risas el lugar. Las muñecas de trapo consiguieron despertar un mundo que dormía olvidado en los rincones de la memoria.

En diciembre de ese año Yolanda había logrado hacer sus cien muñecas. Sus amigas celebraron con poemas y música el resurgimiento de una sencilla y dulce tradición. Como por arte de magia se propago por toda la zona el juego de hacer muñecas. Chicos y grandes participaban en esa aventura de crear personajes de trapo.

Cada una de las mujeres compartió, durante aquellas tardes de encuentro, en torno a la infusión de malojillo, sus proezas y realizaciones. Festejaron con sus textos, relatos y poemas, con las cerámicas y tejidos, con las tallas de madera, con las ricas comidas, con canciones y narraciones, trajes y artesanías. Todas las mujeres del pueblo brillaban contentas, ahora más seguras y confiadas, con sus dones de forjadoras de mundos infinitos, de conversaciones eternas, de solidaridades y hermandad. Eran capaces de la risa y las lágrimas, de acompañarse y escucharse. Con aquel sencillo juego de acercarse habían descubierto sus tesoros, se dieron cuenta de sus posibilidades y se atrevieron a soñar nuevas maneras de mirar y de ser.

Creo que las hermosas muñecas de Yolanda representan algo de nuestras vidas, en sus rostros hay mucho de esa ternura de magas y artistas, que duerme y pervive siempre en el interior de la persona que somos.

Yolanda llenó el patio de su casa de muñecas de trapo de todos los tamaños y tonalidades, lo llenó de amigas, de hijas, nueras, de nietas y nietos, de abrazos y juegos, de palabras y sueños posibles. Desde ese remoto tiempo Yolanda nunca más se sintió sola.

Marisela Fuentes

martes, 8 de junio de 2010

Un ser incorregible


Candela Jiménez

Tal vez alguien se atreva a acusarme de prepotencia por esa costumbre de mirar a todos desde arriba. Para unos pueda ser quizás un defecto, para otros, una cualidad, para los menos la aceptación de una naturaleza, de una condición, que me impedía ver a los otros como seres cercanos. Desde mi mirada, los otros, siempre han sido pequeños.

La vida para mí, desde este ángulo de perspectiva superior, no ha sido nada fácil. La verdad sea dicha, ni siquiera la concreción del amor ha sido una aventura sencilla. Encontrar iguales me ha sido casi imposible.
Soy una de esas personas atípicas que sorprende a todos a su paso. Imposible dejar de hacerme notar. Estoy en las listas de los casos poco comunes, de los extraordinarios, de los grandes.
Para colmo de males, esto ha sido así desde que tengo memoria. Siempre sobresalí. Invariablemente estaba por encima del promedio. En la escuela, en la universidad, en los grupos de deporte, entre los amigos, mi presencia se destacaba de inmediato. Un ser visible en cualquier escenario; por eso no fui nunca a las marchas y protestas, como comprenderán sería blanco seguro para cualquier francotirador, aún para el menos experimentado.
Todo hube de construirlo a mi medida, desde el objeto más insignificante de uso cotidiano, hasta el lujo que quisiera darme por mis logros y proezas. He sido un hombre impecable. Dentro de mi grandeza, la sencillez elegante, fascina a quienes admiran mis dones.
Conviví con mis dimensiones, enfrentando las dificultades con coraje. Aceptando limitaciones y potencialidades con humor y resignación. Riendo cuando me preguntaban por las texturas de las nubes o ante los más diversos calificativos escuchados desde la infancia. Lo que más me gustaba eran los aplausos, con los que siempre me recibían, en cada una de las apariciones públicas.
Sin embargo, he de reconocer, que también fue difícil para los míos. En ningún automóvil cabía mi largo cuerpo, imposible viajar en bus o en tren. He sido por mucho tiempo la estrella principal del famoso circo de enanos, la atracción que les enorgullece, su mayor proeza es llevarme con ellos en ese andar por ciudades desparramadas. Ser gigante me hace único, también me conduce a una gran soledad.

Una noche logré escapar de las miradas que celebraban invariablemente mis virtudes, pero les confieso, aún sigo extraviado en este mundo de pequeñeces.


Historia breve repetida

Cansada de mis monólogos interminables
De tus silencios de piedra
Callé para siempre.

Marisela Fuentes

Mujer invisible
Era real, no me veían, no estaba presente para ellos.
Mi crimen perfecto fue desaparecer efectivamente de su mundo.

Candela  Jiménez
Crónicas de fuga


“En breve espacio mucho ha concluido”

Holderlin

Esa mañana, ella me avisó, sobre el encuentro impostergable. No fue a través de un sueño, no puedo afirmar que hubiera sentido una premonición. Fue tan sólo una leve certidumbre. La intuición me lanza con frecuencia esas señales, directas, claras, algunas hirientes y dolorosas, como las de ese día.

Recibí su mensaje desde muy temprano. Lo viví como una sensación incomoda de desasosiego. Logré desayunar, con una tristeza, que me tomaba por completo. Procuré doblegar cualquier posibilidad de temor. Sin embargo, logro recordar, que la racionalidad estaba ausente. Me bañé y vestí mecánicamente. Lo hice con rapidez. Sólo pensé -mejor voy con ropa adecuada, necesitaré estar ágil, poder moverme sin limitaciones.

Me sentía como una sombra extraviada, como un ser inerte que obedecía órdenes de algún lugar desconocido. Asistí a la cita. Intentar huir habría sido inútil. Salí resignada hacía el lugar del cual era llamada. Visiones dantescas me acompañaban. Silencié miedos. Simplemente acudí a buscarle.

Ella tenía toda la escena preparada. En realidad actuó sin esperarme. Todo sucedió sin que yo pudiera torcer el curso de la historia. Creo que ella no quería testigos, el destino ya estaba trazado, era el final de una larga relación. Nada podía hacer para cambiar este último capítulo.

En el combate, que me proponía, ya estaba escrita la derrota. Durante los primeros minutos, de aquel temido encuentro, me derrumbó la sorpresiva imagen que me recibía, una mueca terrible me contaba lo sucedido, detenida, sin saber qué hacer, hube que vencerme a mí misma primero, para poder actuar.

Ella, en cambio, me retó con crueldad. Emergía, desde aquellos ojos que ya no miraban, estaba presente en el gris acuoso de esa mirada perdida de su reciente víctima. La muerte se alzó sobre mí desde ese cuerpo caído, aguerrida y violenta, cumplió su tarea.

El reflejo de su rostro triunfante perturba mis días y mis noches, arrinconada y vencida me pierdo en interminables pesadillas, donde demonios y espectros celebran victorias. La mortalidad es una sentencia que recuerda fragilidades, La muerte suele llegar, sin demora a la hora fijada.

Él ha muerto tranquilo y en silencio, ha vencido tormentas infinitas. Ahora, desde una sonrisa recién conquistada, canta las bondades de la muerte e intenta calmar nuestras tristezas.

Un libro cae de mi estantería, desde su portada gastada, Felix Grande nos dice: - Lugar siniestro este mundo caballeros.

Marisela Fuentes
Mayo 2010

lunes, 10 de mayo de 2010

Artificios y artimañas

Mis imágenes siempre me superan. Son como espejos en los cuales logro verme como quisiera ser. Reencontrarme, entre esos tonos de grises, con alguna esencia perdida. Espejos repetidos de un yo desvanecido que se reinventa.
No sé en qué momento me convertí en un cazador de imágenes. En el retratista de moda reclamado por todos.

Creo que al principio, sólo fue un intento por reconstruir mi historia.

Con la cámara en mano comencé a crear estos retratos que impresionan. A todos les gusta el ángulo desde el cual congelo su presencia.
Mis fotografiados son admirados en toda su majestad y altura. Parecen vistos desde la mirada ingenua, desde la altura creativa de la infancia. En mis fotos se refuerza su grandeza.

Es así cómo me convertí en el fotógrafo más cotizado en los distintos círculos de poder de la ciudad.
Con mis autorretratos transformo hasta mi propia imagen. La fotografía es un arte que me permite reconstruir mi yo. En definitiva desde abajo y con el contrapicado, todo lo veo enorme, a veces, hasta mi propia vida.

Candela Jiménez


Escultor Jorge Peña fotografiado por Alexis Perez-Luna


Entre el carcoma del puerto

Hoy me gusta la vida mucho menos”
 Cesar Vallejo

Somos miserables. Eso siento hoy. Pienso en ello mientras camino por el puerto, al imaginar el submundo que lo puebla, y al sentir estos dolores antiguos que me lastiman. Los humanos somos capaces de hacernos daño sin sentir remordimientos. El egoísmo mueve las acciones de muchos. Moviliza mi propia vida.

El silbato de las embarcaciones aumenta la desolación de esta noche con olor a salitre. Recorro las calles de este puerto maltratado y he de hacer maromas para no tropezar con las montañas de bolsas negras, de distintos tamaños y grosores, repletas de porquerías. Unas aquí, otras allá. Los desechos humanos invaden océanos y ríos, rincones, plazas y avenidas. Los recoge-latas se multiplican y no tienen horarios en su afán de coleccionar aluminio de colores. Los miro, me miran con recelo. Parecieran sentirse culpables de hurgar en los desperdicios de otros, como si violaran con ello, alguna intimidad.

La basura es protagonista en el paisaje actual de pueblos y ciudades.  El territorio se nos desbarata y parece que no logramos detener la catástrofe. De estos infiernos surgen violencias infinitas.

El puerto no escapa de esta desidia general. Es testigo de la reacción del mar, lo ve vomitar plásticos y latas, en los días de la marea alta. Todo llega a las orillas de las playas, ensuciando arenas y entorno. Es otra evidencia de nuestra autodestrucción.










La naturaleza nos responde con fiereza, descarga su ira contra tantas agresiones. Aún quedan las huellas de los destrozos, de las muertes ocurridas en esta población, cuando las inundaciones feroces se llevaron todo a su paso. Tantas vidas se perdieron, y ni siquiera los dolores de la muerte nos hacen reaccionar.

La decepción nos arropa con un manto pesado, como en esta noche sin sentido, en la que acuden a mí nostalgias propias y ajenas. Es deprimente ver este paisaje, que podría ser hermoso, destartalado y empobrecido. Me pregunto cómo puede seguir siendo optimista Gustavo Ignacio. Es incomprensible su alegría cotidiana. La sencillez con la cual expresa sueños y utopías. ¿Qué mundo percibe?

Intento captar esa luz, un indicio, una posibilidad, que me permita recobrar alguna esperanza.

La camisa se me pega al cuerpo sudoroso. La humedad del ambiente casi se logra tocar. El calor y el aburrimiento me sacaron a empujones del cuarto del hotel (un hotelito barato, al fin y al cabo, sólo vine por compromisos de trabajo).

La brisa tenue del puerto no logra mejorar mi ánimo. Las tristezas habitan muy dentro de mis huesos. Sacudido por oscuras imágenes, sigo preso de este pesimismo crónico.

La mirada rebelde busca respuestas en el mar. Allí los grandes barcos duermen como pesado elefantes. Los veo seguros, detenidos, uno al lado del otro. Como promesas de viaje. De idas y retornos. Serenos, como amantes que descansan, luego del feliz encuentro amoroso.

El puerto como un instante. El puerto como una encrucijada, donde los barcos vienen y se van. Llegan cargados de marineros con sus relatos de amoríos.

Hace tanto que no sé de amores. Lejanas ya, en algún horizonte perdido, dejé historias de deseos y dolores de despedidas.

Gustavo Ignacio, es tan diferente, siempre vive movido por sus pasiones. Dedica a Consuelo los boleros que canta mientras hace sus soldaduras y encierra las ventanas con sus rejas. Comenta sus proyectos, sus logros. Es un luchador incansable. Lo miro con envidia al escucharle hablar de su mujer e hijos. Indudablemente tiene la fuerza de un hombre enamorado y ve la vida desde esa plenitud. El sentido del humor es otra de sus virtudes. Se ríe hasta de sus problemas.

Perros y gatos escarban los tesoros de la basura, riegan de desperdicios las aceras y el asfalto. Decoran con latas, papeles y botellas el entorno del puerto mal oliente. Las ratas corretean entre la suciedad, compartiendo territorios con toda clase de insectos.

Mendigos y locos, duermen, ya cansados, sobre sus camas de cartones. Caminaron mucho durante el día, sin lograr ser escuchados. Son voces perdidas entre la multitud indiferente. Tantas sombras arrastrando sus penas.

He de reconocer que en estos rincones también se descubre la vida. En las callejuelas y veredas se escuchan rumores de amores prohibidos. A lo lejos, suenan las rocolas de los bares. De sus puertas se ve salir a los borrachos tambaleantes intentando volver a sus hogares.

En la oscuridad resuena el murmullo del agua golpeando la proa de los buques de carga. Mis pensamientos también vienen y van. Al fondo, el ritmo de ese suave oleaje, intenta decirme de otras emociones menos duras. Es un sonido monótono que me acompaña y procura apagar mis angustias. Ciertamente, todo coexiste. La vida y la muerte. Son siglos de esta pugna eterna.

Veo en el muelle parejas que caminan abrazadas. Quizá soñando con viajes de enamorados. Acompañados por este paisaje, que, al parecer, también puede ser seductor. Barcos, cielo y mar abierto. Para ellos el puerto es un lugar romántico, un ambiente propicio para besos y caricias. Consuelo y Gustavo Ignacio estarían disfrutando el destello de estrellas fugaces y capturando deseos para sus vidas.

En Cambio yo, enfrento en estas horas, vacíos y pesadillas. Mañana he de luchar con los funcionarios de la Aduana para recuperar mi mercancía. Escucharé el chantaje habitual:

_ Caramba, caramba, Señor Roberto Antonio ¿Cómo haremos para resolver el problemita con sus productos?

Visualizo la escena y me enfada aún más el discurso entusiasta de Gustavo Ignacio. Su confianza me hace rabiar.

-Ya verás Roberto Antonio que las cosas van a mejorar.

Mi realidad concreta es que al amanecer tendré que enfrentar, una vez más, corrupciones y vicios. Continuar negociaciones absurdas y aceptar el abuso de poder de gente mediocre que nos controla.

Como si todo eso no fuera suficiente castigo, al volver a la oficina, he de encontrarme con el optimismo insoportable de Gustavo Ignacio. Allí estará, cantando sus boleros, mientras realiza la remodelación de la sala de reuniones. Lo puedo imaginar, con su rostro siempre relajado, contando historias interminables que me aturden. Ojalá, que al regresar a Caracas, haya terminado su trabajo. No quiero tener que escuchar sus chistes gastados y sus sonoras carcajadas. Tampoco sus ingenuos argumentos:

- También suceden cosas buenas amigo.

Regresaré a casa, asqueado de sobornos y abusos, de los personajes siniestros que tengo que soportar. Cansado de ir, una y otra vez, en contra de lo que pienso, con el fin de salvar esta empresa que me interesa poco y cada vez menos.

Volveré a mi cueva, resignado y vencido. Me lanzaré en mi poltrona favorita, beberé mi Cuba libre, tomaré el libro que leo y pretenderé, desde sus páginas, vivir la vida de otros. Escudado, en rutinas sencillas, intentaré protegerme del mundo que aborrezco.

Candela Jiménez

fotos de Alexis perez-Luna

miércoles, 21 de abril de 2010

Al son de la rumba

Encerrado en su soliloquio solo alcanzaba ver el fantasma de Celia

La voz de ella emanaba a gritos de su reproductor.

Con la fuerza de guarachas y rumbas intentaba aferrarse a la vida.

Una meta que lograba alcanzar sólo en esos breves instantes.

Fragmentos de existencia atados a los recuerdos de su niñez.

La verdad pesaba demasiado.

Sin saber cómo, un día, se perdió de sí mismo.
Ecos de fuego nocturno


Afuera suena una música que aturde, mientras intento leer tranquila. El humo, de la ciudad que se incendia, entra por los ventanales y me impide respirar con comodidad. Es un olor a todo quemado lo que está metido dentro del apartamento y dentro de mí. Me oprime el pecho.

Esta sensación de mareo y congestión no me ha soltado, en estos días, en los que la calina blanca cubre a Caracas. Me siento con la energía baja y veo cómo la decepción también nos invade.

Sigo leyendo otro rato “…entonces el silencio domina, la palabra hace equipaje, verbaliza el espejismo. La calle está llena de sombras…”

Alberto Hernández, con su voz, me acompaña en esta noche que se me alarga.

La música y las risas siguen sonando afuera, entran por mi ventana junto con el calor agobiante de esta noche. Los vecinos están de fiesta. Los jóvenes no se dejan detener por este clima, ni por los enojos del planeta. Los imagino bailando y contando historias de valentías.

No puedo separarme mucho rato del ventilador, escucho con envidia el rumor del aire acondicionado de mis vecinos del piso de arriba. Deben estar acunados por el frio. ¿Sentirán menos este olor a sequía, a montañas muriendo bajo fuegos interminables?

... “no basta el silencio por tan poco tiempo…” dice Alberto mientras yo sigo invadida por la rumba de los otros. Imposible la lectura por esta noche, en la que el desasosiego, que me produce esta bruma de contaminación y destrucción, no acalla el ruido de la ciudad.

Intentaré aturdirme con el sueño.

Candela Jiménez

tarea cumplida

A lo lejos vislumbré la puerta de salida. Era largo el pasillo para alcanzarla. Sin embargo yo saldría de allí.

Esa tarde esperé a que todos se marcharan. Me demoré, como de costumbre, entre papeles y tareas inacabables.

Sus gritos aún retumbaban en la oficina. La atmósfera gris a causa de su despotismo y grosería perduraban en el recinto. El irrespeto a todo y a todos constituía su práctica cotidiana.

Se acercó con pasos firmes a mi escritorio; me miro con sus ojos envenenados. Esta vez no le di tregua. Transformada en loba endiablada salté sobre su yugular. La sangre liberada salía a borbotones. No logró defenderse de mis garras y colmillos.

Cuando salí, mis labios ensangrentados, aún sonreían; al fin valieron la pena las horas de sobretiempo.

Candela Jiménez

jueves, 18 de marzo de 2010

AL SON DE LA RUMBA


“mi voz puede volar, puede atravesar cualquier herida,
Cualquier tiempo, cualquier soledad, sin que la pueda controlar”
Yo Viviré

Era un ritual que respetábamos. Así lo sentía yo. Una cita que se repetía religiosamente; la misma fecha, la misma hora, el mismo lugar. Constituía para mí un puerto seguro y supongo que ella recibía algo de mi entusiasmo. Llegó a ser mi única certeza en los últimos años. Un espacio para escucharla. Su voz aliviaba mi alma atormentada. Su fuerza me sacudía las tristezas.

El calendario, colocado en la habitación, me recordaba el día señalado, diez y seis de julio. Lo dejamos marcado con tinta azul. Siempre lo hacíamos al encontrarnos. Nada había logrado cambiar esta fecha, ni siquiera la catástrofe del 2003. Nos reímos de esta hazaña en el encuentro del año pasado. También me riñó un poco.

-  Espero que logres llegar sobrio a esta fecha – me dijo- Aún escucho  su voz.

Con dedicación exploraba la preparación de nuevos tragos para sorprenderla con alguna extravagancia. Dedicaba horas enteras en preparar nuestro encuentro. Lograba salir de la inercia, en la que vivía atrapado, sólo por el placer de esas breves horas.

No me creerán, pero hasta el caos de mi casa se trasformaba, poco a poco, en las horas previas a su retorno. Desaparecía el desorden de vasos y botellas vacías regadas por doquier, de ropas tiradas por cada rincón, de platos sin lavar. Hasta los sucios, de diversos tonos, esparcidos por muebles y pisos, parecían despintarse. Asomaba el teléfono, ausente entre almohadones, perdido hace tanto; reaparecían los lentes de leer, que ya no usaba, la vida, que también, vivía extraviada.

El pequeño apartamento de soltero, del que alguna vez me vanaglorie, estaba convertido en una ruina. El único estimulo, que no había sucumbido a toda esta hecatombe, estaba representado por estos breves encuentros ocasionales.  Un conjuro, que intentaba vencer demonios.
 
La mañana de ese día, en el que sobrio, tenía la señal de su visita, amanecía con fuerza para recogerlo todo. Finalmente ordenaba el desastre en el que se había convertido mi vida habitual.
Parecía que despertaba de las pesadillas oscuras, sentía cómo la luz regresaba. Mi cuerpo me respondía de nuevo. Lograba levantarme de aquel sofá ya mullido, bañarme, peinarme. Recordaba quién había sido alguna vez.

Invocarla era fácil, con solo oprimir el botón play de mi equipo de sonido, su voz resonaba en el espacio de mi refugio. Sus tacones, pisando fuerte sobre el granito, anunciaban su presencia. Ella llegaba cantando “viviré, yo viviré” mientras  extendía su mano para invitarme a bailar. Me brindaba su risa, su optimismo en cada uno de aquellos breves intercambios.

Halándome  hacia ella, como un huracán bullicioso, lograba siempre sacarme de ese foso oscuro que me asfixia.
En esta ocasión y como  siempre solemos hacer, bailamos toda la noche. Me reconcilio con la vida, mientras, al ritmo de la música popular, inventamos pasos y vueltas, en un rito salsero, capaz de espantar pesares inaguantables.

“La vida es un carnaval, hay que vivir, no hay que llorar” canta  a viva voz, a la vez que recorre todo el salón con su tongoneo, envuelta en la melodía de esa salsa resucitadora que moviliza todo su ser. Yo la escucho como en trance, imito su danza, trato de absorber su vitalidad, bailando,  sin parar, hasta caer extenuado.

Horas más tarde, el silencio me hace volver a mí. Me descubro, una vez más, embriagado, desmayado, cautivo de este vicio, de esta adicción que no me da tregua y no me deja escapar de esta prisión.

Mi piel, toda está impregnada del veneno culpable de esta derrota. Asustado, en medio de esta soledad que me aplasta, veo con terror, que el intento de asirme a la vida, fue en vano. Me tambaleo frente al abismo.

Al abrir los ojos percibo la ausencia de Celia, la de mi infancia, la Celia Cruz del tiempo de mis padres. La misma que acompañaba sus bailes y celebraciones; de ellos heredé sus discos, su voz, la cercanía con su sombra.

Celia siempre parte, la reina de la rumba me abandona,  como todos, ahuyentada por esta enfermedad que me consume.

Retorno a mi infierno con su silencio. El disco ya no reproduce su voz, en la habitación no siento sus pasos. Mis alucinaciones se desvanecen. Las botellas  yacen vacías, esparcidas al lado de vasos rotos. Miro el escenario dantesco que cerca mis días desde este sofá mugriento que me cobija. Los fantasmas me persiguen, me acorralan, no logro huir.

Desde lejos escucho a Celia reprocharme… “Usted abusó, sacó provecho de mí,  abusó”.

Candela  Jiménez