miércoles, 22 de septiembre de 2010

Hijas de Diosas. Reflexiones de un breve viaje a Egipto

Las vi bajar la mirada en las calles que transité. A otra, obedecer, con sumisión y temor, a un hombre extraño que cerca de ella pasaba. Pude verlas hacerse invisibles a todos, palpé miedos y resignación. Pero también percibí corajes ancestrales y rebeldías ocultas.

Un rumor se escucha entre las sombras “no me silencies con tus silencios de piedra, no insistas en apagar mis alegrías y pensamientos con tus descalificaciones e irrespetos. No pretendas que me anule, que deje de existir, en mi existencia propia, para solo ser una sombra que satisfaga tus demandas y caprichos”

La belleza del Nilo y sus diversos paisajes, el poder de las pirámides, los jeroglíficos y el arte de otros tiempos no me cegó, ni me impidió ver la mujer que pervive en su silencio y hastío. Impotente, como la mujer de tantas regiones del mundo, como las de mi mundo.

En la cara de los hombres, hasta en las de los más pobres, se veía la altivez de los que tienen el control, de quienes son dueños de otros. Son aún los que deciden el destino y la cotidianidad de las mujeres.

El Egipto de Isis y de Cleopatra. El territorio de diosas de diosas y reinas de reinas. El Egipto como cuna de la cultura, no se me mostraba en ese breve recorrido. La historia de glorias solo se erguía en murallas y templos, pirámides y catacumbas. Eran solo restos de parte de una historia, la historia de faraones, y, esas heroicidades y logros de aquellos que poseían el dominio, no dejaban ni destellos de lo que habían sido, en los transeúntes que, indiferentes y olvidados, proseguían sus vidas ordinarias. Ni siquiera el guía las contó con alguna pasión o entusiasmo, solo recitaba con cansancio y aburrimiento lo aprendido para trabajar con los extranjeros.

Yo andaba, en esos días, las rutas de quienes siempre han estado lejos del poder. Me topaba, en plazas y mercados, con el reflejo de rostros, que tras sus vestidos y velos, ocultas y misteriosas, temerosas y curiosas de mí, como yo de ellas, me sonreían, con dulzura, con sus ojos asombrados, llenos de preguntas.

Como ante espejos, nos miramos y nos reconocimos la una en la otra. Llenas de interrogantes, Similares, refugiadas, sin tierras ni fortunas y con la brújula tantas veces extraviada. Somos mujeres, en cada rincón, buscando la salida de ese laberinto infinito de creencias e imposiciones, que nos hace sentir tan solas!

La barrera del idioma y la cultura nos impidió hablarnos con palabras en aquellos callejones de mercados, llenos de empujones, de gente, de polvo, de manos, de frutas, olores y animales. Sólo nos comunicamos con las miradas y aquellas sonrisas furtivas, siempre violentadas por los hombres egipcios y sus regaños, que espantaban encuentros, en lugar de espantar aquellas moscas que, a todos perseguían, en medio de los cajones de sobrantes, de polvo y de basura de los mercaderes.

Hombres con sus gritos, ocupados siempre en vender algo, en tocar a la mujer occidental, a quien juzgan “ligera” y de apabullar a la egipcia , quien obedece con sus “virtudes” y “sumisión”

Busqué las palabras de las mujeres, de ese país de leyendas, en la literatura de las escritoras egipcias. Allí escuché hablar a sus personajes diversos y encontré quejas parecidas a las de estos territorios más cercanos.

Sus voces y sus reclamos son los mismos que los de occidente. Las mujeres, de todos los continentes, somos víctimas de los mismos males, y las más pobres, por partida doble y triple.

“No estaba destinada a ver cumplir mis esperanzas. Pese a mis esfuerzos y a los sacrificios que había hecho, como una soñadora embaucada por una causa, seguía siendo una pobre empleada insignificante. Mi virtud, como la virtud de todas las personas pobres, jamás se consideraría una cualidad ni un mérito, sino más bien una prueba de estupidez o pobreza de espíritu, más menospreciada aún que la depravación o el vicio”. P98. Mujer en punto cero.

Firdaus, el personaje femenino, de Nawal al sadawi, en su novela titulada Mujer en punto cero, me dejó desolada con la narración de su vida. Los episodios crueles que surcaron su existencia, detonaban en mi, pensamientos terribles y dolorosos. Frustración e impotencia. Una mujer real, conocida en la cárcel de mujeres, inspiro a la autora este personaje, que nos ubica en la miseria de tantos seres.

Ese era el panorama que encontraba, en los pueblos y ciudades visitados en aquel viaje; la pobreza abrazada por el polvo, marcando los rostros de la gente y su vida; tal vez por eso regresé tan desencantada y triste de Egipto, me traje el dolor de todas esas personas en mi piel.

El hermoso paisaje del Nilo solo acrecentaba mi nostalgia y desengaño. Imaginaba a Sherezada, y a tantas otras, contando historias para salvarse. Porque ella, como nosotras, procuramos contarnos ilusiones para sobrevivir.

Con la escritura y la palabra las mujeres hemos logrado visibilizar nuestro mundo, pensarnos, mostrarnos, redimirnos y reconstruirnos. Tal vez por eso nuestro poeta dijo “me gustas cuando callas porque pareces ausente”, me pregunto si nos quieren ausentes, sin alma, sin presencia en el mundo, como seres inertes e inanimados que sirvan bien a sus requerimientos.

Pensaba y buscaba, mientras recorría aquellos mercados y callejuelas, un acercamiento que me permitiera conocer a la mujer árabe. La curiosidad por atrapar algo de una cultura ajena e ignota me movía. Era un sentimiento reciproco, lo leía en sus miradas. Deseaba encontrar la altivez de Cleopatra y su coraje en todas ellas, o la encarnación de Isis y sus valentías de diosa maga, diosa madre, diosa de las diosas? Qué buscaba realmente en ese viaje por la historia? (Nadie llega buscando los descendientes de los miles de esclavos que murieron construyendo pirámides y templos)

Acaso intentaba recuperar a las sabias y hechiceras que ocultaron en las líneas de los libros y tratados. Silenciadas, innombradas y que, extraviaron sus hazañas, porque no lograron que llegaran a sus herederas? O ver a las jóvenes rebeldes, imposibles de ver quizá, por estar escondidas en apariencias de aceptación?

Seguro que las aulas de las universidades estaría repletas de ellas, entre las docentes y discípulas, en los espacios de esas minorías inconformes, que transforman los mundos y a los que no llevan a pasear a los turistas.

En la biblioteca de Alejandría, allí si nos llevaron, las pude ver a lo lejos. Mujeres ilustradas, Sabias, ocultas en un negro cerrado. Cubierto su rostro y sus manos de negro, mirando por aquellas rejillas, que lastiman pronto, a sus ojos lectores.

Allí estaban sentadas, trabajando en muchas mesas, concentradas sobre libros y papeles. Escribiendo, leyendo, estudiando, investigando. Ataviadas con sus burkas negras, encerradas con capas de telas. Sentí un respiro al ver que podían tomar esos espacios de creación.

Qué piensan? quiénes son? Cómo logran sobrevivir, sepultadas tras tanto trapo negro, esos seres inteligentes que tal vez han de fingir ante sus guardianes de celdas?

Ocultas de si, de ellos, para, algún día, volar, escapar. Alguna vez en libertad, zafarse de esas creencias que las encierran y castran. Pero, como sabemos bien, no son solo ellas los seres atrapados por la red de los prejuicios y creencias. Con absoluta claridad lo señala Nawal al sadawi cuando nos habla del velo de la mente como la mutilación más violenta que condiciona a cada ser.

Por eso no pude ver las bellezas que cuentan de Egipto, las que encontré en los Museos de otros países y me maravillaron, las que estudie en mis clases de arte y me apasionaron. El destello de la pobreza me impidió disfrutar de lo aparente, de lo que brilla para los turistas que navegan con fiestas sobre las aguas del Nilo.

La poca evidencia, de aquella civilización admirada por todos, que allí dejaron los ladrones de arte, quedaba empequeñecida ante mis ojos rebeldes y ante las duras realidades que, como sombras, vagaban a nuestro rededor.

Firdaus continuaba sus reflexiones y su voz adolorida llegaba hasta mí, mientas absorta, en alguna noche, veía el Nilo y sus reflejos

“Era media noche y el silencio reinaba en las calles. Una suave brisa soplaba invitadora desde el Nilo. Estuve paseando junto al rio, disfrutando de la tranquilidad de la noche. Ya no sentía ningún dolor. Todo parecía impregnado de paz a mí alrededor. La dulce brisa que me acariciaba la cara, las calles vacías y las hileras de ventanas y puertas cerradas, el sentimiento de ser rechazada por los demás y la conciencia de poder rechazarlos a mi vez, el distanciamiento de todo, hasta de la tierra y del cielo y de los árboles. Me sentía como si caminase a través de un mundo encantado al cual no pertenecía. Como una mujer libre de hacer lo que quisiera y libre de no hacerlo. Una mujer capaz de experimentar el raro placer de no estar vinculada a nadie, de haber roto con todo, de haber cortado todos los lazos con el mundo circundante, de ser plenamente independiente y de vivir a fondo su independencia, de gozar de la libertad de no estar atada a un hombre, al matrimonio ni al amor; el placer de estar al margen de todas las limitaciones basadas en normas y en leyes, asociadas a una época o al universo” p99

Cómo jugar a ser Cleopatra en un crucero del Corte Inglés por el Nilo, cuando veo en sus orillas a todas las esclavas abatidas? Cuando la esclava que llevo por dentro, cargada de una herencia cultural de siglos de sumisión, pelea consigo misma para liberarse de tantas limitaciones y barreras.

Ahora escucho la voz de Nawal al sadawi y de muchas otras escritoras árabes y comprendo mi rabia de aquellos días y el vacío que me dejaron las calles y los monumentos. Comprendo las lágrimas de Isis y de todas las diosas y mujeres árabes.

Advierto mi confusión e impotencia durante ese correr de un sitio a otro, en medio de esfinges y palacios, murallas y pinturas, bazares y recuerdos de viaje, sin lograr comunicarme ni comprender. Paralizada y triste ante los misterios de un mundo lleno de contradicciones. El reflejo evidente de todos los países con sus mismos males.

Egipto no me permitió conocerlo y en la brevedad del encuentro hallé un relato distinto al ofrecido.

Es imposible, en un primer acercamiento, conocer una cultura y a sus pobladores, sus tradiciones y luchas. No lo pretendía. Intento, nada más, responderme el por qué no llegué cantando las maravillas que dicen todos al volver de esta efímera aventura de falúas y leyendas.

Hurgaré más profundamente su realidad, en la literatura y en el arte, donde tal vez los susurros de sus creadoras me narren los verdaderos cuentos de su gente y sus usanzas y sobre todo de las batallas libradas y por librar.

Con las mismas esperanzas, que abrigaron en el alma de Firdaus una tarde de optimismo, hemos de soñar que todas hablemos así para siempre:

“A partir de aquel día, dejé de bajar la cabeza y de desviar la mirada. Empecé a caminar por la calle con la frente bien alta y los ojos mirando al frente…

(…)

Mis pisadas golpeaban con fuerza el oscuro asfalto de la calle, con un nuevo entusiasmo, parecido al entusiasmo de un niño que acaba de desmontar un juguete y ha descubierto el secreto de su funcionamiento” p78

Así nos sentiremos, porque lograremos descubrirnos, ver nuestra fuerza y valor mientras construimos ese sueño de humanidad que nos salve a todos.

Quería contar mis sensaciones del viaje a Egipto, y en realidad, junto con esa corta aventura y las reflexiones que me produjo, he contado otros andares de mi pensamiento.

Marisela Fuentes Vera

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