viernes, 1 de octubre de 2010

Mirando el mar


                                                                                                                    No es locura, es ensueño.


Me entrego a esta sensación que me procura el mar. A este balanceo que toma mi cuerpo. Me gusta este dejarse estar, esta serenidad que se apropia de cada uno de mis sentidos, que acalla mis pensamientos, detona mis fantasías, me separa de lo que ocurre en la orilla, en el muelle, silencia a los otros y a mí misma.


En trance, hipnotizada con los sonidos naturales, me desconecto de preocupaciones mundanas y mi laboratorio químico me obsequia toda clase de sustancias para el goce. Las percibo, las festejo, mientras me muevo suavemente, ondulante, arropada por estas sensaciones de humedad salada. Mi piel se regodea con las texturas de algas, con el roce de la arena bajo las plantas de los pies, con tu cercanía. Embriagada, de tanta inmensidad, me dejo inundar de este aturdimiento. Trenzada, anudada a ti, a tantas historias viejas, enumero caricias y emociones.


Estos azules me invaden, me conmueven con su resplandor, con sus olores penetrantes. Arriba, abajo, adentro, todo celeste, turquesa con sus degradaciones sorprendentes que se pierden en el horizonte. Los colores y las aguas me poseen con su ritmo eterno, con su oleaje cautivador. Siento tu presencia apretada a mi cuerpo, mientras el baile de las olas, me salpica, alborotando con gotas y brisa, hasta la última de mis papilas gustativas. Saboreo despacio cada partícula de sal, mi lengua se llena de sus granos diminutos. Intento impedir que te los lleves contigo.


Mis ojos se cierran con la quietud de quien no quiere dejar escapar ni el más mínimo de los placeres. Percibo tus fuertes brazos sosteniéndome, impiden que el océano me robe para siempre. Tu aliento fresco, lleno de palabras amorosas, ardientes, se une al concierto de sonidos que pueblan todo este paisaje infinito. Hablas con esa voz que me sedujo desde el primer día, sé que lo sabes, las gaviotas no impiden que la escuche. La atrapo en medio de esta sinfonía que nos envuelve. Siento tu olor provocando lujurias y embrujos. El aroma de deseos encendidos es la música de esta danza sensual. Con la mirada intentas retenerme. En este nosotros sólo cuentan los regresos.


Anclada, en esta pasión, lanzo las redes que invocan estos rituales. Que te devuelven a mí. Que me pierden en este fuego de encuentros y locuras. Este sentirte en las profundidades de mi ser sediento. Este tocarte, más allá de lo corpóreo, de lo real, de lo visible. Recorro, con el ardor de los amantes, este universo en el que me perteneces por completo. En el que te fugas con mis ansias y permites que las tuyas se expresen.


La sonrisa se posesiona de mi rostro en este atardecer lleno de anhelos. El azul brillante, de este cielo que nos protege, llena de luz y sombras la playa. Miro desde esta distancia sus costas y un fragmento de mi vida. Relajada, absorta, sigo flotando con el vaivén de los movimientos tenues. Vuelves, se diría que siempre vuelves. En ocasiones, tengo la certeza, de que te has quedado definitivamente atrapado en mis días. A la memoria le han salido brazos y boca, palabras y sensaciones que arrullan las horas en las que te espero. Rememoro en silencio tu presencia lejana, esa que sólo regresa, cuando te cuelas cada noche en mis sueños.


Candela Jiménez

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